miércoles, 2 de febrero de 2011

Los combates en la Arcadia

 Mauricio Ramos
El ciudadano promedio se ve armado de repente, hábil y en plan bélico. Sus instintos depredadores amanecen de nuevo en la experiencia interactiva del combate. Ya no es necesario salir de cacería, poniendo en peligro el propio pellejo, basta activar la caja de juegos y pronto emerger como héroe resplandeciente. Hay un carnívoro aventurero que desprecia la cortesía y las buenas formas. El rey mamífero quiere mostrarse feroz para revertir al animal domesticado que pasivo, se mantiene en el adormilamiento de la comodidad.
La vida guerrera tenía gloria, hoy duerme en la apacibilidad doméstica. Los impulsos innatos exigen al depredador la confrontación física e injuriar sin consideraciones. La cortesía civilizada de buena conducta y aliento a menta, no le permite avanzar mucho a nuestra pulsión pendenciera, siempre ávida de una buena presa.    
Gracias a los medios audiovisuales, la tecnología nos permite proyectar los afanes aventureros en diversidad de héroes. La perfectibilidad digital de los nuevos juegos interactivos, hace posible emular las condiciones de peligro y de violencia, sin ni siquiera desplazarnos o acabar con la respiración agitada. Incluso los guerreros que van a los campos de batalla real, están entrenados expresamente en las arcadias.
Para defender los valores occidentales, la propiedad privada y la navidad, la nueva casta guerrera es adiestrada en centros de entretenimiento digital y apoyada por tecnología de última generación. Los soldados no están inspirados en la imagen de los héroes de epopeyas bíblicas, ni en la valentía que de antaño definía la virtud, los cruzados son anticuados y Aquiles está cautivo en una obra clásica. El reluciente guerrero cibernético se motiva con la visión del personaje digital, al que desde retoño manipuló con control a la mano. Es Turok, el cazador de dinosaurios, Metroid, Zelda, Halo, Hitman, matadores de vampiros y exterminadores de zombis. Estos nuevos guerreros son los íconos de acción que logran la cima del poder, venciendo todos los obstáculos y peligros al nivel de un Jedi.  Tal vez a veces el arquetipo del justo, siga siendo el caballero medieval matadragones, que tiñe su fulgurante armadura con la sangre de la bestia vencida, pero en versión digitalizada, en alta resolución y con gráficos imponentes.
            La espectacularidad de los ambientes diseñados para tecnófilos, que estimulan sus habilidades psicomotrices apenas balbucean, hipnotizan a sus usuarios con colores intensos. En medio de estas virtualidades, la sangre que emana del enemigo son pixeles que se derraman en texturas metálicas. El abigarramiento multiforme, da volumen y sensación de realidad a los diseños gráficos, que palpitan como si tuvieran pulso, gesticulan y se quejan de dolor, en medio de ágiles batallas. 
            En las pantallas de las eficientes PC's, se notan las posibilidades del poder de un ademán, de los movimientos táctiles que pueden producir catástrofes o matar en masa. Percibimos el alcance que nos da un control ergonómico, fácil de manipular, sobre la secuencia de los acontecimientos del juego, que siempre nos retará a sobrepasarlo en sus niveles. Sólo se requieren movimientos mínimos para lograr efectos dramáticos, con economía de energía se logra hacer milagros sobre el cosmos, destruir civilizaciones, aniquilar a la maldad pura, todo ello, un poco antes de irnos a dormir. 
            Hay una comunidad cautiva de jugadores diestros en la tecnología del entretenimiento, listos para morir virtualmente glorificados por su alto ranking. Los adictos entusiasmados por sus avances en el mundo de la arcadia, invierten parte de su energía mental y sus ratos de ocio, en avanzar en sus juegos, descubriendo trucos, aniquilando contrincantes y logrando puntajes extras.
            La hiperrealidad se sobrepone a lo real. El mundo verdadero se convierte en desfiguro deslavado, porque visualmente no es tan efectivo como lo son los juegos interactivos. El mundo virtual permite acceder a ángulos estratégicos, pues tiene las ventajas sensoriales que el ojo fisiológico no puede ofrecer. La alta resolución estimula los sentidos, nos seduce hasta la adicción, pegados al control, somos apéndices del cableado.
            Los jóvenes soldados de la guerra real, llevan entre su equipo mental, una serie de arquetipos salidos de sus procesadores de gran poder y sistemas de almacenamiento de alta capacidad. Sus aparatos portátiles programados con juegos de batallas intergalácticas, los mantienen en continuo ejercicio bélico, dotándolos con habilidades que los capacitan  para enfrentarse en las arenas de combate virtuales.
            Las gestas heroicas estallan en medio de paisajes barrocos y esplendorosos, diseñados para el entretenimiento electrónico. Los personajes en atuendos brillantes y físicamente impactantes, emergen sobre gráficos de tema extraterrestre y ruinas de naves industriales, dispuesto a enfrentar cualquier reto venido del enemigo mutante o cualquier bestia robótica.
            ¡Qué mejor para los cibercenturiones, cristianizados y conectados en línea, que haber sido criados en adiestramiento continuo, combativos, agresivos y veloces!, ¡Qué mejor que estar acostumbrados a los accesorios digitales y tener los nervios para disparar a múltiples objetivos simultáneamente! Las tropas avanzan con movimientos precisos, eluden al enemigo, buscan aniquilar definitivamente. Los soldados logran un nivel zen traspasando portales, eludiendo trampas, ascendiendo a otros estadios del juego. Los niños posindustriales, acumulan puntaje y orgullo, avanzan y logran trofeos, tomando lo que creen que se merecen.
            El enemigo sólo es evanescencia poética, que se diluye en la pantalla en cuanto es arrasado. La muerte del contrincante no descarta su reanimación, gracias a sistemas de adrenalina activados para reabastecer su poder. El enemigo orgánico que muere en los campos de batalla de tierra y piedra real, languidece ante sus sucedáneos ficticios incubados tecnológicamente por cibernautas.
            En los campos de batalla de sangre y arena reales, el dolor infligido también se percibe como irreal, y aun su manifestación física, un puro artificio técnico con buenos efectos especiales. Asesinar es mera cuestión automática exenta de consideraciones morales, porque intensa en su repetición manual y hábito visual, nos insensibiliza ante la muerte violenta. Las matanzas no se resienten  como aniquilamiento biológico, sino como obstáculos superados. Sólo es cuestión de reemplazar automáticamente a los seres caídos, diseñados para ser sustituidos.
            Entre el polvo y los estruendos lejanos de la guerra, el marine se percibe como cyborg heroico. El soldado como loco de Dios, busca el bien supremo, la verdad pura, sólo que con el apoyo de sus armas letales y con todo el arsenal de juguetes de alto rendimiento. El ser humano de piel y huesos es desintegrado en la lejanía como un virus maligno, gracias a la artillería superior, suficientemente efectiva para defender el interés de los justos.
            El efecto de los artilugios de entretenimiento digital, las salas acústicas y los canales de recreo, producen en la conciencia un efecto onírico. La imaginación estimulada con descargas de adrenalina y efectismo visual, padece resaca cuando la alejan de su consola. No nos debería causar suspicacia la inteligencia artificial, sino la artificialidad de la inteligencia, la superficialidad del saber, la cancelación autocrítica, la credulidad indulgente. El problema no es el juego interactivo sino la vaciedad intelectual, que busca desesperadamente con qué llenarse.
            La mente unidireccional sólo está en la espera de que activen sus capacidades programadas y que definan sus objetivos predeterminados. Escuadrones de usuarios ruegan porque algo o alguien les lave el cerebro, están abiertos a que les inserten la logística adecuada y una infraestructura completa, mapas, coordenadas, mandos, herramientas y juguetes intensos, aliados poderosos, estrategias de ataque, pasión por la lucha, desprecio del enemigo, su destrucción bajo el poder del nuestro control remoto.


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